07-09-2023
Todas las caras de Evita
La historia de Eva Perón, Santa Evita, es infinita. Más de 50 biografías y una ópera rock manifiestan la huella de sus 33 años de vida. Su cuerpo momificado descansa bajo tres planchas de acero a ocho metros bajo tierra en el cementerio de La Recoleta. La historia de su cadáver dando tumbos por Argentina y Europa, ha sido materia de realidad- ficción de primera. ¿Por qué la figura de esta actriz, radiofonista y política ha dado y da tanto de sí? Odiada y amada con fervor, la historia cambia, según quien te la cuente.
Evita es la quinta hija bastarda de Juana Ibarguren y Juan Duarte. El fulano tenía una familia oficial y la otra. Cuando el padre fallece son expulsados hasta del techo que les cobijaba. Doña Juana, hecha un brazo de mar, se presentó con sus vástagos en el velorio. Con los mismos arrestos, colocó a Evita con el cantor de tangos más famoso de la época: Agustín Magaldi. Los favores sexuales la llevaron a Buenos Aires y a una pensión de mala muerte, donde el cantor la visitaba. No la ayudó lo más mínimo. Las fotos de una joven Evita nos la muestran flacucha, morena, con esa mirada salvaje de “aquí estoy yo y nada ni nadie se interpondrá en mi camino”. Así fue.
Todo son lagunas en esos primeros años. Se dice que bailaba con desconocidos a cambio de lo que fuera. Quizá lo de bailar incluso sea incluso un eufemismo. También circula por ahí una hija de Evita, de la que se deshizo nada más nacer, dejándola a un compañero actor.
La joven Eva se coloca en las radionovelas. Le daba para sobrevivir. Después vino el cine. No. Evita no era Sarah Bernard, ni la Xirgú, ni falta que le hacía. Ocupó su discreto lugar y prosperó. En estas que conoció a Perón. Unos dicen que fue un 17 de enero de 1944. Otros que en el Festival celebrado en Luna Park para ayudar a los damnificados por el terremoto de San Juan. Sea como fuere, Perón se enamoró de ella. Era distinta. Tenía garra, piquito de oro, buen físico y cierta sed de venganza. No olvidaba las afrentas sufridas por ser una hija bastarda.
Los milicos fuerzan a Perón para que la abandone. Se niega. Lo secuestran. Ya se las prometía muy feliz y tranquilo con su amor, lejos de la patria, pero, el pueblo pidió su restitución con una manifestación multitudinaria. ¿Qué hilos movió Evita con los sindicatos esos días? No lo sabemos. Lo cierto es que Perón volvió a ser presidente y ella su primera dama. Ya estaban prometidos.
Evita logró mucho en apenas seis años. Era corajuda. Para empezar, Perón eliminó el servicio de beneficencia, regentado por las oligarcas argentinas, que impidieron a Eva ser la presidenta. Es muy joven, decían.
Nace la Fundación Eva Perón. Nada de limosnas recogidas por los infantes. Dinero del estado para los más pobres. Sus acciones en pro de los descamisados — o sus grasitas, como los llamaba ella— le generaron el amor infinito de su pueblo, que no se cuestionaba sus abrigos de pieles ni sus peinados rococós. Con el tiempo, su imagen se simplificó. Faldas rectas de tubo y camisas con chaqueta. Un moño bajo de su pelo tintado, completaban el look.
Evita también puso en marcha el partido feminista peronista. Ahí le dio donde más dolía a las auténticas pioneras del feminismo en Argentina. Pero, claro, ellas no estaban casadas con el presidente. Perón la mandó de gira por Europa. Franco la recibió en olor de multitudes. Argentina había donado 400 mil toneladas de trigo a los hambrientos españoles de la posguerra.
¡Ay! Su visita a España fue una pesadilla para los habitantes de El Pardo. Era ingobernable. Se paseaba por los barrios pobres —con sus martas cibelinas en pleno mes de agosto, eso sí— cosa que molestaba mucho al generalísimo. Fue más allá. Franco tuvo que indultar a la comunista Juana Doña, que iba directa al garrote. Evita amenazó con llevarse todos los víveres. La collares explotó: “invitadas en esta casa nunca mais”.
Fallecida Evita, fue nombrada jefa espiritual de la nación y embalsamada con mimo por el doctor Ara. Tras quince días de pompas fúnebres y pintadas de los milicos (¡Viva el cáncer!), deciden trasladar el cuerpo de “La señora” a la Confederación General del Trabajo de la Argentina. Evita era Blancanieves en su urna de cristal. Y aquí se acaba esta historia. Otro día contaremos la otra. La de su vida después de su vida.
Las azarosas horas vividas por el cadáver de Evita resultan increíbles. Nos quedamos en la CGT donde su cuerpo reposaba. Parecía una muñeca en su urna de cristal, como Blancanieves. El doctor Pedro Ara estuvo un año remodelando y trabajando ese embalsamamiento para que durase una eternidad. Cuando ya lo tenía finiquitado sucede el golpe militar. Perón sale por piernas y la señora queda al cuidado de Ara ¿Por qué? Porque sí.
Los militares deciden convertir a Evita en una muerta más. Con esa perfección corporal y envuelta en un sudario franciscano, era un símbolo de esperanza para los contrarios al régimen. Crean seis o siete féretros con destinos indistintos. Sólo uno lleva el cuerpo. Según la novela y la serie Santa Evita, en los otros féretros había esculturas idénticas al cadáver de Evita.
El general Aranguren da la orden que ejecuta el general Moori Koëning, quien se obsesiona con ella. Decide que nadie va a poner sus sucias manos en la doña: “es mía”. Decide por su cuenta y riesgo quedársela. Le pide al general Anandía que la guarde en su casa. Un fatal accidente hace que mate a su mujer embarazada mientras ella curioseaba en el desván. Quería saber a qué venía tanto secretismo. Por lo visto, Anandía, se pasaba las horas encerrada con la muerta.
Luego se la llevan a la parte posterior de una pantalla de cine. En un cuartucho viven el proyeccionista y su hija, que abre el cofre y encuentra el perfecto tesoro: ¡una poupée gigante!.
Finalmente, el general se la queda en un despacho contiguo al suyo. Pone el féretro en posición vertical. Exhibe el cadáver como si fuera un trofeo y parece ser que a solas hacía otras porquerías. Acabó alcoholizado, completamente loco por ese cuerpo inerte y, al fin, destituido. Le sucedió un furibundo antiperonista, el inspector Cabanillas, quien aseguró en varias entrevistas que, por mucho que odiase a Evita, más detestaba el trato anticristiano que había sufrido “la señora”. Sabía que la resistencia peronista seguía el cuerpo de su adorada heroína donde estuviera. En la puerta del infecto despacho donde la tenía escondida Köening, aparecían velas y flores.
Cabanillas llega a un acuerdo con el Vaticano el cuerpo viaja a Italia, bajo el nombre de María Maggi de Magistris. Durante 14 años, Evita reposa en un cementerio de Milán. Nadie, ni su propia madre, sabía de este paradero. Curiosamente, la señora Pina le llevaba flores todos los días, previo pago. ¿Sabía acaso quien reposaba allí? Pues no, no lo sabía.
En Argentina, el peronismo resurge de sus cenizas y como prueba de buena voluntad y para que los jóvenes no la armaran más gorda, el entonces militar en el poder, Lanusse, pone en marcha la operación “devolución”.
Un coche llevará los restos de Evita hasta el elegante chalet de tres plantas de Puerta de Hierro donde reside Perón en el exilio. Le acompaña su nueva esposa, Isabelita.
Tres años pasa el cadáver embalsamado ocupando un lugar principal de la casa. Se cuenta que Isabelita, junto con el brujo José López de Rega, realizaban rituales con el cuerpo de la doña para que se le traspasase el carisma de ésta a la nueva esposa de Perón. No parece que la cosa diese mucho resultado.
Pobre Evita. No había forma de que a dejasen descansar a gusto.
Perón regresa a Argentina en 1973, gana las elecciones. Los argentinos querían a la compañera Evita de regreso. Los peronistas secuestraron el cadáver del ya fallecido Aramburu. Lo devolvían a cambio del regreso de su amada líder. Un fiambre por otro, vaya.
Antes de eso, el cuerpo de la primera dama fue debidamente restaurado, pues se revelaron hasta 35 lesiones. Las plantas de los pies destruidas, oreja y dedos cortados y otras cosas, que, para qué mencionar.
Total, que hasta el 74 no llegó Eva Perón a su última y definitiva morada.
Evita está enterrada en el panteón familiar de los Duarte, y en el más oligarca de todos los cementerios de argentina: La Recoleta. Su cuerpo yace a ocho pies bajo el suelo, la protegen tres planchas de acero, con sendas contraseñas, para evitar que se juegue más con el cuerpo de la “abanderada de los humildes”