Un alimento milenario, simple, sinónimo acabado de la justicia social. O así era. Porque entre el pan de la biblia y el pan de Bimbo pasaron cosas. Se deterioró la receta, se agregaron decenas de aditivos y se erigió una marca que hoy domina los anaqueles decorando el desayuno con un osito simpático y mullido que no deja ver la realidad que lo rodea: campos y trabajadores que no dan más.
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