Dios no te va a rechazar por haber tenido un aborto, por haberte emborrachado, por haber tenido sexo fuera del matrimonio o por mirar pornografía. Si bien es cierto que el pecado lo entristece, nuestra maldad no cambia ni por un solo instante el amor abrumador de Dios por nosotros. Él nos ama ahora mismo, tal como somos. Y cada vez que nos acercamos al Padre con el corazón en la mano, Él nos regala un nuevo comienzo en un Reino lejano, con una nueva identidad y una nueva reputación. ¡Ningún pecador es irreparable o irredimible para el Señor!