21-03-2023
Los pedos de mi abuela
"Es una ley inexorable de la naturaleza humana: a las mujeres no les gustan los pedos. Pero, como en cualquier otra ley física, hemos de describir bien las condiciones de contorno para poder asegurar que se cumple, pues, así enunciada, no es una ley absolutamente universal. Léase entonces: a las mujeres de este planeta, y jóvenes, no les gustan los pedos. Porque, como todo el mundo sabe y conoce por experiencia, a las mujeres mayores, a las abuelas, les encanta el jolgorio y la algazara que se produce cuando se derraman ventosidades por el ano, sobre todo, y con mayor euforia e irreverencia, cuando hay alguna joven presente a la que le molesta. Mi abuela Celedonia podía coger unas agujetas terribles de tanto reírse con solo ver a una jovencita enfadarse porque a mí se me había escapado un pedo comiendo papas en el sofá. Se ponía roja como un tomate y no podía ni respirar. Mil veces la vi sujetarse las carnes para sofocar las carcajadas, apretarse la barriga para no coger flato y explotar en lágrimas de tanto regocijo sin freno. Y cuanto más se enfadaba la muchacha, más se descojonaba, y viceversa, y vuelta a empezar. Era un círculo vicioso. Y yo, claro, también me tronchaba, ya no por el pedo, sino por ver a mi abuela tan sofocada de la risa que parecía que se ahogaba. No te rías, decía la otra, irritadísima. Yo no le veo la gracia, tan digna. Madre mía, eso era peor aún. Lo de «no le veo la gracia» eran las palabras mágicas para mi abuela, era escucharlas y partirse el culo, nunca mejor dicho. Por solidaridad, en medio de esa confusión tan cómica que se producía entre el llanto, el enojo, la risa contenida y el reproche, se daba la vuelta y, con una mano en la boca y otra en las nalgas, se tiraba un cuesco que daba gusto escucharlo. Era rotundo y gratuito, de una sonoridad perfecta, rimbombante y bien temperado. Y además no olían a nada, era maravilloso. Era como si tuviera una trompeta preparada ahí entre las piernas para hacerla retumbar en cualquier ocasión que fuera apropiado, o no apropiado, daba igual. Abuelita, tírate un pedo. ¡Ras! Inmediato, expeditivo. Tenía un dominio asombroso de sus esfínteres. Bueno, de todos no, que a veces se tiraba un pedo y se meaba de la risa, literalmente. Enrojecía ahogada y se le podía leer en los labios «que me meo», y se meaba de verdad. Pues eso, que la ira de la joven se desataba y ya no había remedio de nada, el pedo se convertía en monumento de la ofensa. ¡Qué guarros! Y se marchaba."
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vídeo de @danahilmiguel.
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