#272 Una noche blanca de Charlotte Mew

Páginas Oscuras

23-01-2024 • 53 minutos

Una noche blanca (A White Night) es un relato gótico de la escritora inglesa Charlotte Mew (1869-1928), publicado originalmente en la dición de mayo de 1903 de la revista Temple Bar. Una noche blanca, uno de los mejores cuentos de Charlotte Mew, relata la historia de tres ingleses: Cameron y Ella [hermanos] y King [esposo de Ella], quienes visitan una aldea rural de Andalucía, España, en la primavera de 1876. El énfasis incial se pone sobre Ella, quien muestra una gran fortaleza física para aceptar «cualquier cosa que sucediera, desde la suciedad hasta el peligro». El día del «incidente», el grupo tiene una jornada de viaje agotadora por una «carretera blanca y recta», hasta que llegan a una posada en un pueblo remoto. A pesar de su fatiga, Ella incita a sus compañeros a dar un paseo lejos del pueblo. Pronto se topan con una antigua iglesia y un convento a la «sombra de una colina»: «La gran estructura gris era impresionante por su soledad, su negación rotunda del mundo exterior, su desapego inexpresivo.» Buscando refugio ingresan «en un pequeño claustro» al final del cual encuentran una puerta abierta. El lugar está iluminado por la luz mortecina de una ventana. Al intentar salir se dan cuenta que la puerta está cerrada y, después de considerar varios métodos de escape, se disponen a esperar hasta la mañana para ser rescatados por el sacristán. La completa quietud, oscuridad y silencio de la capilla los oprime: «La quietud se volvió insistente; era literalmente mortal, rígida, excluyente, incluso terriblemente remota. Nos excluía y nos mantenía apartados; nuestras presencias pasivas, nuestra mera vitalidad, parecían casi una perturbación.» Alrededor de la medianoche, el intranquilo descanso del grupo se ve perturbado por «una nota penetrante e intermitente», un grito, seguido del cántico de una procesión. Son unos «cincuenta o sesenta monjes» comprometidos en una ceremonia, un ritual, que culmina con el entierro de una mujer [viva] bajo una losa ante el altar. Cameron, quien narra esta historia, no interviene, e impide activamente que King lo haga bajo el pretexto de que ellos también están en peligro, aunque en realidad es presa de una fascinación morbosa [ver: La atracción por lo macabro]. Cuando los monjes abandonan la iglesia los tres intentan encontrar la losa en la oscuridad, pero al amanecer se dan cuenta que sus esfuerzos han sido inútiles: han encontrado la losa pero no pueden levantarla y abandonan la iglesia. El grupo denuncia el episodio al cónsul británico, quien sólo se encoge de hombros. Les sugiere abandonar España en las próximas horas. Cameron señala, como comentario final, que este episodio todavía atormenta los sueños de Ella y que ella nunca lo ha perdonado. Lo cierto es que Cameron está conmovido por el ritual; sin embargo, hay algo en el comportamiento de la mujer sacrificada que le hace sentir que salvarla estaría mal. «Ella tenía un papel que desempeñar», y continúa describiendo con una especie de éxtasis la expresión inescrutable de su rostro: «Vi su cara. Era de una belleza sorprendente, pero, ¿cuál era su edad? No se podría decir. Tenía los tintes, la pureza de la juventud... de no ser por un velo de fina represión que sólo los años podrían haber tejido. Y era en sí mismo —ese rostro— una máscara, una de las más hermosas máscaras que el espíritu jamás haya usado. ¿Esas facciones ardieron de pasión? ¿Se contrajeron de pena? ¿Acaso sonrió?» Al menos para Cameron, el rostro de la mujer posee agencia propia; es independiente de su cuerpo [ver: El cuerpo de la mujer en el Gótico]. No la ve como una víctima, a pesar de que ella misma ha entrado a la iglesia gritando. Cameron observa [no está claro con qué autoridad] que estos gritos desgarradores son simples reflejos instintivos, mientras que su rostro impasible es la verdadera clave de su estado emocional: «Ella yace ahora en el mismo centro del santuario: tiene un lugar exclusivamente sagrado para su orden, las tradiciones de su especie. Fue este honor, que satisfacía algún orgullo de espíritu o de raza, lo que la ayudó a salir honorablemente.» Es decir que, para Cameron, la mujer no fue sacrificada contra su voluntad; ella misma lo consideraba un «honor» que «satisfacía algún orgullo de espíritu o de raza». Sus clamores desesperados son parte de su desempeño en el ritual. Esto la convierte en la verdadera protagonista de Una noche blanca, o al menos el único personaje indivualizado. Los monjes, en cambio, no son tratados como individuos sino como una entidad confusa e indistinta. Solo obtenemos diferencias superficiales entre ellos, pero sus personalidades están ausentes, se vuelven insignificantes porque son una multitud: «Algunos de los rostros tocaban la divinidad, otros caían por debajo de la humanidad; algunos eran simplemente una mancha de libro y una campana, y todos estaban impasibles hacia la mujer que estaba de pie. Y entonces se perdía el sentido de su diversidad en su semejanza; la similitud persistió hasta que la hilera de rostros pareció fusionarse en uno solo (un rostro sin nada de humano), en un sistema, en una regla. Se cerraron sobre la mujer, se sentía su fuerza: no eran manos de hombres.» Charlotte Mew urde en esta escena una brillante representación de un sistema [que hoy llamaríamos patriarcado] cuyos engranajes están compuestos por gente común, personas que no son «ni santos ni demonios». Ningún monje coloca a la mujer en la tumba; ella entra y se acuesta, pero esos rostros impersonales han creado la atmósfera para que la mujer pueda hacerse eso a sí misma. No se trata de un sistema opresivo tradicional que actúa bajo la amenaza de un castigo, sino más bien de una estructura que obliga a que las personas actúen contra sus propios intereses. King, el marido de Ella, se siente impulsado a ayudar a la mujer, y podría haber sido el héroe de esta historia, pero Cameron lo detiene. Este último percibe únicamente el lado simbólico de la experiencia, la considera «un crimen bastante espléndido». Sólo Ella sigue atormentada por el episodio, algo que Cameron, sugiere, se debe a su irracionalidad femenina: «Ella se niega a admitir que, después de todo, lo que uno se complace en llamar realidad es simplemente la intensidad de su ilusión». Cameron, como representante de la masculinidad, puede darse el lujo de creer que la realidad es una ilusión, porque en muchos sentidos lo es para él. La mujer en el altar no puede permitirse estas reflexiones filosóficas porque la realidad cae sobre ella con todo su peso. Charlotte Mew establece un espectáculo central que, en apariencia, separa la razón de la irracionalidad, lo civilizado de lo bárbaro; pero en realidad es una especie de teatro macabro que concede deleite y gratificación a los observadores, mientras que sus participantes sólo experimentan horror. Para deleitarse con el ritual, Cameron debe cubrir todo el asunto bajo el manto de lo exótico, debe convencerse de que la mujer está actuando «honorablemente», de lo contrario él mismo se transformaría en un voyeurista perverso. Su hermana, Ella, se resiente porque descubre que la mujer sacrificada fue apenas un «espectáculo» para él, y Cameron acepta esto explícitamente. Encuentra belleza y «arte» en la experiencia del mismo modo en que Edgar Allan Poe consideraba que el motivo más sublime del arte es la muerte de una mujer hermosa [ver: Mi esposa nigromante: análisis de «Ligeia»] Charlotte Mew nos obliga a observar todo a través de la mirada de Cameron, quien no es un observador pasivo, sino que participa del ritual al impedir que King y Ella puedan hacer algo al respecto. Al narrar este demencial sacrificio, elige mantenerse ajeno a las implicaciones más amplias del «espectáculo»; y al observar el asesinato está desprovisto de sentimientos básicos. Para deleitarse, necesita ver e interpretar los acontecimientos sin compasión. De ese modo la mujer es «arte», no un ser humano vivo. Se entiende que el narrador de Una noche blanca es Cameron, quien abre el primer párrafo. Lo que sigue a continuación se acepta como una continuación del discurso inicial de Cameron, pero esto no es así. Un «Yo» no identificado emerge después de la introducción y asegura haber transcripto fielmente el relato de Cameron: «Yo lo escribí la noche que me lo contó y, gracias a un truco de precisión, creo que tienes en tus manos la historia tal como la escuché, casi palabra por palabra.» Este escriba anónimo no desarrolla la historia en tercera persona, sino que [«gracias a un truco de precisión»] repite la historia tal como la escuchó de Cameron [«casi palabra por palabra»]. Por alguna razón, los acontecimientos de Una noche blanca hacen que uno olvide esta ironía inicial y confíe en la autoridad narrativa de Cameron, cuando en realidad toda la historia depende de este «truco de precisión» no especificado. No estamos leyendo la interpretación de Cameron de lo que pasó aquella noche en el claustro, sino la reinterpretación de un tercero. De hecho, el propio Cameron reconoce la inutilidad de la narrativa como medio para expresar lo que ha ocurrido [«El incidente... se estropea inevitablemente al contarlo»]. Para salvar esta distancia entre el hecho y su relato, Cameron asegura que la muerte de la mujer fue un «asunto medieval». Es decir, intenta que el lector no juzgue con ojos actuales [1876], sino que «retroceda algunos siglos» para que este horror «adquiera el significado apropiado». Una noche blanca está impregnado de esta especie de conciencia de la imposibilidad: Cameron no puede contar lo que ocurrió sin «estropearlo»; el escriba no puede transcribir esta narración imperfecta [lo hace «casi» palabra por palabra]; Cameron no intercede para impedir que los monjes entierren viva a la mujer, y todo esto es precedido por la admisión de que el «significado» del texto solo es accesible a través de su objetivación. Al final de Una noche blanca, Cameron reconoce que los acontecimientos de la historia requieren que se los reconstruya en la imaginación. Charlotte Mew juega con esta imposibilidad para narrar los acontecimientos, no porque estos no tengan sentido sino porque surgen de un sistema de creencias [la España rural del siglo XIX] ajeno al de quienes se proponen representarlos [la Inglaterra victoriana]. Cameron, King y Ella son «turistas concienzudos», poseen un conocimiento muy rudimentario de la lengua y la cultura españolas. Por ejemplo, cuando Ella intenta hablar con el posadero: «la conversación, decididamente marcada por elogios por su parte, por parte de ella quedó un poco embotada por un vocabulario limitado, y nos dejó a ambos presumiendo un margen para la imaginación». La posterior descripción del ritual sigue esta misma premisa: imaginar para llenar los baches y de este modo asegurarse una forma provisional de comprensión. El significado del ritual nunca se revela. No sabemos porqué la mujer es enterrada viva, pero evidentemente los perpetradores no son un grupo marginal de la sociedad; son monjes y sacerdotes. El hecho de que la iglesia esté situada junto a un convento podría sugerir que la mujer enterrada es una monja o una novicia. Charlotte Mew no proporciona ningún indicio adicional, pero es lícito suponer que si se necesita una mujer, preferente virgen, para llevar a cabo un sacrificio, el convento vecino es una buena opción para conseguirla. Si este fuese un cuento de M.R. James, la mujer habría sido encerrada en la tumba para alimentar a algún vampiro o demonio en las catacumbas de la iglesia; de hecho, podemos pensar que «la sombra de una sonrisa» en los labios de la mujer [a punto de ser enterrada viva] podría revelar que ella tiene sus propios planes. Su vestido blanco, su velo que recuerda a una novia, su aceptación de la muerte, su carácter inescrutable para los hombres, la «plena posesión de sí misma», sugieren que es algo más que una víctima pasiva. Cameron nota que su «presencia», «su perturbación», no dejan «huella» en los monjes; es decir, ninguno reacciona ante sus gritos. «Para ellos, de hecho, ella no estaba». Lo curioso es que la mujer también parece extrañamente inconsciente de quienes la rodean. Sus gritos y sus movimientos parecen «mecánicos», como si fuese una puesta en escena. Para Cameron, la mujer «no era del todo real, no vivía del todo y, sin embargo, su presencia allí era la realidad suprema». Análisis de: El Espejo Gótico http://elespejogotico.blogspot.com/2024/01/una-noche-blanca-charlotte-mew-relato-y.html Texto del relato extraído de: http://elespejogotico.blogspot.com/2024/01/una-noche-blanca-charlotte-mew-relato-y.html Musicas: - 01. Mind Tricks - Experia (Epidemic) Nota: Este audio no se realiza con fines comerciales ni lucrativos. Es de difusión enteramente gratuita e intenta dar a conocer tanto a los escritores de los relatos y cuentos como a los autores de las músicas. Nota: Este audio no se realiza con fines comerciales ni lucrativos. Es de difusión enteramente gratuita e intenta dar a conocer tanto a los escritores de los relatos y cuentos como a los autores de las músicas. ¿Quieres anunciarte en este podcast? Hazlo con advoices.com/podcast/ivoox/352537 Escucha el episodio completo en la app de iVoox, o descubre todo el catálogo de iVoox Originals