Si algo hemos comprobado este año es que defender un planeta más limpio mata. La violencia impune que sufren los defensores del medio ambiente es letal, quizá el ejemplo más extremo lo tenemos en Colombia. Pese a la llegada de Gustavo Petro al poder, Colombia sigue siendo uno de los países más peligrosos del mundo para defender los derechos humanos: allí, 662 activistas han sido asesinados desde 2020.
Escuchamos el desgarrador
relato que nos ha hace la activista colombiana Yuly Velásquez que como ha sufrido ya 3 atentados por oponerse a un megaproyecto petrolífero en Magdalena Medio, un
extenso valle entre las cordilleras colombianas donde la corrupción y la
contaminación campas a sus anchas..
Pero si alguien retrata a la perfección las secuelas de haber defendido un mundo más justo es el activista Bernardo Caal, fue el único testigo del asesinado de la medioambientalista Berta Caceres.. Años después ha sido él quien ha sufrido las consecuencias de plantar cara a los poderosos, cuatro años de prisión por un supuesto robo que nunca cometió. Esa condena fue el precio que pagó por oponerse a la construcción de varias centrales hidroeléctricas en el río Cahabón de Guatemala, un río sagrado para los Qekchíes.
Afortunadamente, no siempre la violencia gana, en ocasiones, la valentía de los activistas prevalece a poder. El ejemplo lo hemos tenido con los Yasuníes. Este pequeño pueblo indígena tiene el mérito de haber conseguido algo insólito. Por primera vez una consulta popular ha conseguido frenar un proyecto petrolífero en una de las zonas de mayor riqueza medioambiental del mundo. Su logro, es todo un ejemplo de tesón.